viernes, 30 de octubre de 2009

A CONFESION DE PARTE...


En mi habitual derrotero por la red en busca de novedades del mundo de las reclinadas, encontré el testimonio de un ciclista de Buenos Aires que explica sus razones para volver a utilizar su bicicleta reclinada.

Lo que sigue, es un testimonio, que no hace otra cosa que llevar agua para nuestro molino, y aunque repite parte de la “liturgia reclinada”, tiene el valor de estar sustentada en hechos simples y comprobables.


“Desde hace un tiempo, como parte de mi plan “fitness and technology” (de tech no tiene nada, pero es un nombre cool, no lo nieguen) estoy yendo en bicicleta al trabajo.
Lo bueno de vivir en Palermo es que el trayecto, no sólo relativamente corto, sino libre de autos, colectivos, taxis y malandras (por lo menos a las 8:00 hora en que salgo). Claro que el fitness- al menos en mi caso – se contradice directamente con la higiene personal, por lo que hago es salir de casa rumbo al gimnasio-a pocas cuadras del trabajo-me ducho y llego caminando prístino, níveo y oliendo a perfumes y fragancias.
Voy al punto.
Durante una semana, para reconocer el trayecto, usé una bicicleta prestada por el generosísimo Guillermo Borio. Una bici clásica, normal, de infantería. Y como dijo Conrad: he visto el horror.
¿Quién en su sano juicio puede usar una bicicleta convencional? La posición de manejo es absolutamente contra-ergonómica (y si esa palabra no existe, me la acabo de inventar).
Paso a enumerar:
-El peso recae enteramente sobre el perineo. Es decir, que después de unas cuadras estas acomodando el tuje (culo) porque en cada bache, te recuerda que está allí.
-El peso que no está en la silla, está sobre los brazos y las muñecas.
Todo el tiempo hay que estar haciendo fuerza para arriba con el cuello y la cabeza. Eso sin contar que los pobres miopes como yo, tenemos que hacer un esfuerzo extra porque –con la transpiración y la posición – los anteojos resbalan más que de costumbre y compensamos levantando la cabeza. Ouch.
En resumen: odioso


Es por eso que, a partir del lunes, vuelvo a mi fiel bicicleta reclinada(mi modelo es exactamente el que ilustra este post).

Alguna de sus glorias:
-La posición de manejo es perfecta, no duele nada.
Nada de fuerza con la cabeza, los ojos están perfectamente nivelados con la calle.
-Es tan llamativa que los autos frenan para verla (“¿viste al loco ese en ese coso?).
-Es tan “rara que los ladrones no se la afanan (roban).
-Es muy agradable para gente como yo, que le encanta hablar con desconocidos, porque todo el mundo pregunta, qué es, cuánto cuesta, dónde se compra, si soy tarado, etc.
Redondeando, si van a comprar una bicicleta, les recomiendo mucho pero mucho, una reclinada. Y si alguna mañana me ven por Palermo rumbo al trabajo, peguen un grito que charlamos un rato.